A VECES LA MEJOR TERAPIA ES ESCRIBIR UNA NOVELA.
Postrar los ojos en las primeras hojas y darte cuenta de que estás ante una de las historias de dolor más profundas y reales de las familias; con eso es suficiente para adentrarte en la lectura.
La mesa redonda. De Caoba. Una pareja y dos niños a punto de vivir la aventura más grande, o trágica de su vida, pues sólo hay algo que puede romper a una pareja y es el amor mismo, el amor que se acaba, el amor que se voltea hacia uno mismo para reconocer que ese lugar que creímos nuestro ya no es, o simplemente porque el amor se traspasa de una persona a otra. Este es el caso de Valeria, Leo y Carlos.
En este trío amoroso y con correlaciones familiares, es difícil decidir quién es el tercero en discordia. No obstante, Valeria y Leo, los padres, los oficiales, cuentan desde su propia historia como su matrimonio, el más esperado de las familias judías con mayor poder en México, fue el contrato que estuvo validado por todas las fuerzas existentes, menos por el amor.
Así, no es curioso pensar que cuando conoces a alguien que te enciende todo por dentro y por fuera, te hace sentir en brazos seguros que saben a hogar, lo arriesgues todo, incluso a tu familia misma. Así empieza la historia de Carlos y Valeria, lo que termina por sacar a flote el dolor y la mayor arma que Leo en su condición podía tener: el poder, el dinero para quitarle a ella lo que más los unía. Sus hijos.
Así se da el secuestro, no considerado como tal, al descubrir que la batalla estaba perdida; Leo y los niños se embarcan en un viaje disfrazado de aventura que pasa por Europa, Sudáfrica y Medio Oriente, el cual se torna en los dos años más dolorosos y separatistas que dos niños que lo tenían todo (si los bienes materiales pueden considerarse como tal) lo perdieron por un arranque de dominación.
En el proceso, vemos como la búsqueda de sus hijos por parte de Valeria y la frustración por estar cerca y no poder recuperarlos, la pericia de Leo por salirse con la suya, el desconcierto inconsciente con el que Tamara y su hermano van procesando cada nuevo lugar, para terminar ocultos y recuperados a unas cuadras de su hogar en México.
Durante el relato, intercalando el pasado con el presente cercano, Tamara logra retratar cada de las perspectivas sin ser juez ni parte, simplemente como alguien que vivió la historia en carne propia y a través de las letras tratara de desprenderse de ella.
“Supongo que me gustaba la atención, pero más me atraía darme cuenta que las palabras pueden divertir, asustar, enamorar… puedan crear y destruir vidas” es una de las frases más contundentes con las que se lee el libro, aunque si la autora me lo permite, sin afán de querer corregir esta obra que resulta magistral, añadiría una verdad más: las palabras también sanan. De no ser así no se escribirían tantas novelas sobre lo que nos marca, nos define, nos insiste, nos duele.
Sumergirse en esta historia de la mano que coloca cada una de las palabras, más que una lectura tradicional, es acompañar a Trottner en un proceso de sanación, es hacer la labor de escucha y terapeuta, mientras a la par uno como lector va reacomodando ciertas heridas que toda infancia bien vivida siempre se quedan entre nosotros.