En el cine y la televisión, la Guerra es cosa de hombres. En todas las películas bélicas, podrás observar a un montón de hombres machos y fuertes, vestidos con uniformes verde obscuro, que luchan por su patria, convirtiéndose en héroes. Eventualmente, los buenos derrotan a los malos, y a nuestros héroes varones los condecoran con una medalla, y un beso de su amada, quién los esperaba pacientemente en casa. En estas historias, prácticamente nunca aparecen mujeres, y cuando lo hacen las muestran como las deslumbrantes enfermeras, con sus uniformes blancos impecables, que van de cama en cama, atendiendo a los heridos. Ellas no son heroínas, solo son roles secundarios, en el caso de que se enamoren del protagonista, o de reparto, en la mayoría de las ocasiones.
Llevamos tantos años calladas, incluso en casa teníamos que tener las bocas cerradas. Décadas. El primer año, al volver de la guerra, hablé sin parar. Nadie me escuchaba. Al final me callé… Me alegro de que hayas venido. Me he pasado todo el tiempo esperando a alguien, sabía que alguien vendría. Tenía que venir. Entonces era joven. Muy joven. Qué pena. ¿Sabes por qué? No fui capaz de memorizarlo…
Natalia Ivánova Serguéeva
soldado, auxiliar de enfermería
Pero la realidad de las guerras es otra. Por ejemplo, durante la Segunda Guerra Mundial, casi un millón de mujeres combatió en las filas del Ejército Rojo. Mujeres que entraban al ejército, o que luchaban con los partisanos (los grupos de resistencia contra los invasores), movidas por un sinfín de sentimientos e ideales. Y, a pesar de eso, las mujeres combatientes no son las protagonistas de ninguna novela o película que hable sobre la Segunda Guerra Mundial. ¿Qué fué de aquellas mujeres? ¿Se convirtieron en héroes para la patria? ¿Para sus familias? ¿Cómo fue su vida en los campos de batalla? ¿Realmente eran las enfermeras de uniformes impecables que conocemos? ¿Qué las motivó a unirse al ejército? Todas estas preguntas, y muchas otras, son las que Svetlana Alexievich buscó contestar en La Guerra no Tiene Rostro de Mujer.
Era el día de mi cumpleaños, cumplía dieciocho… Estaba tan alegre, era mi gran día. Y de pronto todos a mi alrededor gritando: “¡La guerra!”. Recuerdo ver a la gente llorar. En la calle, todos los que me cruzaba por el camino estaban llorando. Algunos rezaban. Era muy poco habitual… La gente rezaba y se santiguaba delante de todos. Pero en el colegio nos explicaban que Dios no existía… ¿Dónde estaban nuestros carros de combate y nuestros aviones, tan bonitos? En los desfiles militares siempre los veíamos. ¡Nos sentíamos orgullos!
Serafina Ivánovna Panásenko
subteniente, técnica sanitaria adjunta del batallón de infantería motorizada
En La Guerra no Tiene Rostro de Mujer, al igual que en Voces de Chernóbil, la autora, premio Nobel de Literatura 2015, busca darle voz a las personas que no tienen voz; en este caso, entrevistando a las mujeres que se unieron a la milicia para defender la soberanía de su país. Entrevistas desgarradoras, pues, más allá de los campos de batalla, donde tuvieron que matar a otras personas y encontrarse con los cuerpos de sus amigos y familiares, narra la manera en la que fueron recibidas después de la guerra. Y, a diferencia de los hombres, aquellas mujeres, verdaderas heroínas para su país, fueron discriminadas y obligadas a ocultar sus hazañas de guerra. A fin de cuentas… en un país machista, solo los varones pueden ser los héroes de la historia.
Morir… No tenía miedo de morir. Por mi juventud, tal vez… La muerte nos rodea, la muerte está siempre a nuestro lado, pero yo no pensaba en ella. No hablábamos de ella. Merodeaba muy, muy cerca, pero siempre pasaba de largo. Una noche, en la zona de nuestro regimiento, una unidad de infantería entró en combate de reconocimiento. Hacia la madrugada, la unidad se retiró, y de la zona neutra nos llegaban gemidos. Un herido se había quedado allí.
Nadezhda Vasílievna Anísimova
instructora sanitaria en una unidad de ametralladoras
En los monólogos, manera en la que presenta todas las entrevistas, las protagonistas narran, a través de la pluma de Svetlana Alexievich, los miles de motivos que las llevaron a entrar al ejército (algunas por amor a la patria, otras para proteger a sus familias, otras por estar al lado de su ser querido, o simplemente porque pensaban que podrían comer mejor), la discriminación a la que se enfrentaron entre las filas de su pelotón, el frío, el hambre, la violencia sexual a la que fueron sometidas, la angustia y la muerte; pero, en mi opinión, lo más desgarrador de todo, son las historias tras el fin de la Guerra, historias de discriminación y humillación, a la que las mujeres se vieron sometidas, por el simple hecho de haber defendido a su país.
Estaba embarazada del segundo… Mi hijo tenía dos años, yo estaba encinta. Estalló la guerra. Mi marido combatía en el frente. Me fui al pueblo donde vivían mis padres e hice… Ya me entiende… Aborté… En aquella época estaba prohibido… ¿Cómo podía dar a luz? Alrededor había tanto dolor… ¡La guerra! ¿Cómo se puede dar a luz si te rodea la muerte?
Liubov Akádievna Chárnaia
cabo mayor, criptógrafa
La Guerra no Tiene Rostro de Mujer es uno de esos libros, que por cierto fue censurado por el gobierno Ruso hasta el 2002, que te llevan a conocer el lado más obscuro de la humanidad; no sólo por la muerte y la destrucción en la que derivan todas las guerras, sino porque te muestra la manera en la que el hombre ha buscado, y logrado, minimizar a la mujer, en todos los aspectos del día a día. Una fuerte crítica a la sociedad rusa de la posguerra, misma que termina señalando el sistema patriarcal en el que nos encontramos inmersos como sociedad.
Los alemanes entraron en nuestra aldea… Iban en motocicletas, grandes y negras… Me los quedé mirando: eran jóvenes y alegres. Se reían sin parar. ¡A carcajadas! A mí se me paraba el corazón: estaban ocupando nuestra tierra y encima se reían. »Mi único sueño era vengarme. Me imaginaba muriendo heroicamente y que después alguien me dedicaba un libro. Que mi nombre perduraba en el recuerdo…
María Timoféievna Savítskaia-Radiukévich
enlace de un regimiento partisano
Un libro desgarrador, como todos los que ha escrito Svetlana Alexievich, que te invita a adentrarte en la realidad de la Guerra, así como en las vidas de todas las mujeres que participaron en ella. Sin duda, una excelente opción para comprender mejor al mundo en el que nos encontramos, a través de un análisis de nuestro pasado.
Vi a mi primer muerto en combate… Le miraba y lloraba… Lloré su muerte… Entonces oí que me llamaba un herido: “¡Véndeme la pierna!”. Tenía una pierna arrancada de cuajo, se mantenía en su sitio solo por la pernera del pantalón. Corté la pernera: “¡Ponme la pierna aquí! ¡Ponla a mi lado!”. Hice lo que me pidió. Los heridos, si estaban conscientes, no nos permitían que dejáramos por ahí sus brazos, ni sus piernas. Se las quedaban. Y si morían, nos pedían que enterrásemos a sus miembros con ellos.
Olga Vasílievna Korzh
instructora sanitaria del escuadrón de caballería